La Pascua que acaba de pasar, encerrados en casa, nos dio – quizás más que otras – la oportunidad de reflexionar sobre el significado de las cosas.
La cultura cristiana, nos guste o no, es una parte integral y fundadora de nuestra cultura. Pero es un hecho que, legítimamente, muchos no son creyentes.
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¿Es posible, por lo tanto, atribuir un sentido secular a una celebración similar y, más en general, a la cultura cristiana, reconciliando así el espíritu comunitario con nuestra herencia cultural?
Creo que sí.*
De hecho, no importa creer que fuera el hijo de Dios: un hombre fue perseguido y asesinado debido a sus ideas por parte del fanatismo religioso y del interés político.
Eso pasó hace dos mil años y a menudo pasó en la historia. Después de Cristo la Iglesia ha sido víctima de persecuciones, pero en otras épocas las persecuciones han caído más bien en contra de los herejes de esta fe. Antes y después de Cristo, las persecuciones perpetradas por el poder fueron casi la regla.
Lo que podemos hacer es ver este caso como un símbolo, como una advertencia.
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Celebrar su victoria sobre la muerte, entonces, podría recordarnos que, frente al ejemplo de Cristo, no tenemos más excusas: nuestra civilización rechaza la opresión y el fanatismo religioso y político, capaz de matar por haber cuestionado una supuesta verdad o por interés.
Estamos del lado de los más débiles contra el abuso y sabemos que el poder no siempre es justo.
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Este es el legado “político” de la cultura cristiana.
Pero su herencia espiritual puede considerarse igualmente rica, un estímulo para fortalecer una ética basada en el coraje y la coherencia de principios, en la lealtad, en el sentido de la justicia, en un amor firme, viril, justo, hacia el prójimo y, sobre todo, en el amor por la libertad.
Reconocer el origen de estos valores, qua ya son parte de una cultura compartida y precisamente por esto son la expresión más auténtica de nuestra civilización, tal vez pueda conducir a una verdadera reconciliación entre los laicos y los creyentes, respetando la fe y defendiendo y afirmando nuestra identidad, sacando de la historia su mejor y más verdadera expresión.
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Emmanuel Raffaele Maraziti